viernes, 8 de mayo de 2009

Mi familia adoptiva... en 1860

El primer ejemplar de “Mujercitas” que llegó a mis manos llevaba cerca de 30 años esperándome en la biblioteca del departamento de mis abuelos. Había pertenecido a mi mamá, y era una abreviatura del original, cuyo principal atractivo residía en las coloridas imágenes de la familia March y sus amigos. Su magia me atrapó de inmediato y, tras un par de años de espera, finalmente me regalaron la versión original.

Leerlo fue para mí una experiencia maravillosa. ¿Cuántas veces habré viajado junto a Meg, Jo, Beth y Amy a ese Estados Unidos de 1860 donde, a pesar de la guerra, las cuatro hermanas buscaban junto a su madre el camino a la felicidad?

Debo decir que me identifiqué con Jo desde la primera página. Sentí que su forma de ser – demasiado adulta y, a la vez, algo infantil para su edad -, su pasión por la lectura, y su apego a su familia me reflejaban a mí- una nena del acelerado siglo veintiuno – igual que habían reflejado, siglos atrás, a la autora que concibió a Jo como su alter ego de tinta y papel. Yo sentía, como Jo, que quería hacer algo importante pero, también como ella, no sabía qué. Fue como introducirme en el cuerpo del personaje y vivir a través de ella las alegrías y desventuras de la familia March.

Las sensaciones que recuerdo más claramente al evocar esa primera lectura son la calidez que me transmitía la historia y la sensación de realidad que me producía. Así fue como me dejé seducir por los encantos de Laurie, escuché antentamente los consejos de Marmee, me alegré cuando Beth recibió su primer piano y sufrí el casamiento de Meg con John Brooke.

Y es también por eso que me golpeó tanto la muerte de Beth. Aun a los nueve años uno intuye que en ese tipo de libros, y también en ciertas películas infantiles, sólo se admiten los finales felices, y que la tragedia nunca vence ese clima de seguridad hogareña. Recuerdo intensamente la impotencia que me produjo la muerte de ese personaje tan querido.

Creo que es esa mezcla de amargura y alegría que atraviesa la historia lo que me hace recordarla como una de las lecturas más hermosas de mi infancia. Y creo también que su vigencia se debe a que las vivencias de sus personajes no están limitadas por la época o la moda, sino que son experiencias relacionadas con lo intrínsecamente humano. El calor de la familia, el amor, la muerte, el esfuerzo, la decepción, la amistad, la angustia ante lo que fue y se nos escapa de las manos por más preciado que nos sea... todo eso despegó suavemente del libro y se me guardó en el alma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario