viernes, 14 de agosto de 2009

Desiderata - para los que ya leyeron el final -.

Acabo de publicar el final... En realidad lo tengo listo desde hace una semana, pero me tomó bastante tiempo revisarlo hasta estar segura de que era ése el final que quería.


En un principio, pensaba sacar a mi protagonista de su encierro, llevarla a un campo real... pero algo en esa idea me hacía ruido, no terminaba de convencerme, me daba la sensación de que estaba traicionando al personaje. Sin embargo, tampoco quería dejarla encerrada así como así. Necesitaba una imagen final.
Entonces pensé que lo más orgánico sería dejarla encerrada en su habitación, pero también afuera.

Elegí el cielo porque es lo único del exterior que ella podía ver desde su cuarto, lo único del exterior que no podía lastimarla. Por eso, hice que pidiera a Hisa la pintura...

He recibido una única apreciación, pero no quiero condicionar al lector... la publico luego.
Me interesa muchísimo saber lo que piensan ustedes.
Bel

PD: Claudia, quería saber también cómo es el tema de la entrega del trabajo, cómo se articula el cuento con el proceso de escritura para entregar...

Cuento, última parte

XXVIII

Esta languidez infinita... estas lágrimas en los confines de los ojos... el leve resplandor que se filtra por la ventana... el alma que se extingue lentamente, en silencio... los reflejos de la ciudad, deformados por mis ojos... estas sábanas casi transparentes... este televisor tartamudo y desteñido... esos pasos intimidantes, al otro lado... el ángulo extraño de mi cuello... estas manos que reposan sobre el vientre... la mirada apagada que, sin embargo, ve, todo lo que hay que ver... esta necesidad de seguir respirando, de existir... la fantasía, tímida, aleteando en la mente, entre escombros...



XXIX


Hisa ha regresado. Muchas veces. Aún no logra que la otra le dirija la palabra. Pero no ha vuelto a hablar de suicidio. Hisa siente que avanza, aunque no haya respuesta. Ha visto fotos de la otra. Siente que la conoce, que todo irá bien esta vez. Le habla de muchas cosas. De cosas que hay afuera, que no duelen, que quizás hasta podrían gustarle. La otra no responde, pero Hisa sabe que la escucha. Percibe los sonidos volátiles del cuerpo que se mueve al otro lado de la pared. De la atención suspendida en el aire. Sabe que pronto harán contacto, de algún modo u otro.
Un nuevo papel se desliza por debajo de la puerta. Por un segundo, Hisa se inquieta. Desenrolla el mensaje. No es una amenaza. Es un pedido. Hisa vuelve a sonreir. Piensa que eso es bueno, el calor regresa a las puntas de sus dedos, a sus mejillas polvorientas de rubor. Sujeta el pedacito de papel con ambas manos. Es un gran, gran paso. Acaso, si cumple con el pedido, ella acceda...


XXX


No han vuelto los pasos a rondar la puerta. Ni la voz que promete. Ahora sí, sé que espero algo.


XXXI


La ventana está abierta. El calor disfrazado de brisa que repta hacia dentro me hace cosquillas en los pies. Tengo los ojos cerrados. Las manos heladas contra el tatami. Y pienso. En lo que está afuera. En lo que no hace daño. La belleza lejana... y los ojos, adheridos al infinito.


XXXII


Los pasos furtivos, y, al otro lado, las sombras de los objetos que me esperan... mis manos ansiosas...


XXXIII


El último rayo de sol se ha evaporado en la negrura de la noche. Las manos van y vuelven sobre la pared, sobre el techo, sobre el suelo. Dibujan, incansables, una y otra vez sobre los mismos espacios. Sobre esta pared, que es menos blanca que ayer, más blanca que mañana. Dibujo. Líneas imperfectas, torcidas, curvas, zigzagueantes, desviadas, superpuestas. En el futón, en el aire. Los ojos, arañados en mi rostro, siguen el rastro de las manos. La estela luminosa que dejan al pasar.


XXXIV


Hay en el aire partículas infinitesimales de luz. Esparcidas por una mano invisible, al azar. La habitación está oscura. El reflejo de las luces de la calle es filtrado, atenuado por la ventana. Reina un silencio absoluto, etéreo, musical. Y miro las estrellas. Las estrellas, que cubren las paredes, el suelo, el televisor, las sábanas. Mis brazos, mis piernas, mi boca, salpicados de azul. Un azul transparente, aún más puro que el azul de mis sueños. Es el cielo que imaginé con mis manos. Y lo contemplo como siempre he querido contemplarlo. Echada en el suelo, con los brazos abiertos, intentando asir de algún modo esa visión prodigiosa. Venus está al alcance de la mano. Brilla como nunca ha brillado en los cielos que han visto otros hombres. Hay constelaciones enteras, la infinidad del universo desplegándose ante mis ojos. Y sigo aquí, pero algo es distinto. Al fin soy libre, libre de los pasos al otro lado, de la voz sonriente, de la sopa de miso, del ruido de los coches en la calle, de la gente que viene y que va, sufriendo en silencio, hiriendo sin darse cuenta. Todos ellos pasan, pasan de largo. Y yo no los veo. Soy liviana, más liviana que un suspiro, y estoy sola. Sola con mi tristeza, que me llena las venas, que circula libremente por mi sangre. Una tristeza embriagadora, serena. Cierro los ojos. Y respiro, una vez más. La última lágrima se desliza por la curva de mi boca.

viernes, 7 de agosto de 2009

Aclaración

Ya tengo el final, pero no quise apurarme. Quiero revisarlo bien y estar segura antes de publicarlo.
Aprecio comentarios sobre el cuento.
Bel

Cuento parte tres

VIII

No, no, no, no, no, no quiero salir. No quiero pensarlo. No quiero que llores al otro lado de la puerta. No quiero que me preguntes si estoy bien. No quiero saber que estoy equivocada. No. No quiero saber que estoy perdiendo el tiempo. No quiero encontrarlos ahí, esperando. No quiero que sea una vergüenza. No quiero que inventen nada. No quiero que los demás no lo sepan. No quiero que se preocupen. No quiero intentarlo. No quiero la farmacia. No quiero que me cierren las puertas así, en la cara. No quiero saber quién es mejor. Ni quiero que me quieran. No, no quiero ser una más. No quiero que me ignoren. No quiero que me esperen. No quiero estar despierta. No quiero moverme. No quiero morir. No quiero comprensión. No quiero pena. No quiero que todavía no sea tarde. No quiero que me tiendan la mano, ahora. No quiero que se arrepientan. Quiero estar. Quiero desaparecer.

IX

El calor se ha ido despegando poco a poco de mi cuerpo, sin que me diera cuenta. Igual que el tiempo, que pasa, sin poder diferenciar ayer de hoy. Y yo, quieta. Quieta, entre envoltorios vacíos de comida. Aquí, donde me vuelvo ajena a mí misma. Aquí, donde no me gusta lo que veo cuando miro hacia fuera. Donde intento no mirar hacia dentro. Con el televisor encendido, igual que si estuviera apagado. Con los libros vueltos hacia arriba, mezclados. Con las paredes vacías.
Dibujo en ellas, con mis dedos, líneas imperfectas, torcidas, destinadas a desaparecer. Siempre se borran. Siempre vuelvo a dibujar.
Una capa de polvo se acumula sobre los objetos que me rodean. Quizás también sobre mí. Tengo la sensación de que ya no podría reconocer mi cara, si me enfrentara a un espejo.

X

Ellos no hacen nada. Esperan. Tienen miedo. Ella ya no llora. Tampoco siente nada. Cada tanto pueden oírse sus pasos acercarse o alejarse de la puerta. No sabe qué siente él, porque ya casi no hablan. Él, que nunca estaba, que no tiene razón para estar ahora.
Ella prepara las comidas, y limpia su hogar. Todos los cuartos, meticulosamente, menos uno. Cuando ha terminado, se sienta. De espaldas a la puerta, en silencio. Presiente a la otra, al otro lado; despierta, quizás, durmiendo, probablemente. Muchas veces ha pensado en pasar un mensaje bajo la puerta. Y se ha arrepentido. No sabe qué le diría. No sabe qué diría él si se enterara. No sabe cómo podría reaccionar ella. No sabe si la conoce lo suficiente. No sabe si la conoció en algún momento.
Sólo espera que, del lado opuesto de esa puerta de madera, que pareciera estar trabada desde siempre, la otra pueda sentir, de algún modo, lo que ella querría decirle y no se atreve. Que todavía le cuesta entender los porqués, y no sabe si alguna vez podrá entender. Pero está dispuesta a perdonar. O a pedir perdón. O lo que sea necesario.
En un susurro, se lo ha dicho. Pero él se niega a hablar del tema. Ella le menciona el tiempo. Los meses, que se acercan amenazadoramente a doce. Sabe que él no soporta que le digan eso. Porque no podrá seguir inventando excusas por tanto tiempo. Y ella se aventura un poco más. Le dice que ha estado averiguando, en secreto. Que pueden pasar años sin que nada se solucione. Que tienen que hacer algo. Él la congela con la mirada. Ella agacha la cabeza, los ojos secos. Mañana se sentará junto a la puerta.

XI

Hoy desperté, y mi nombre no estaba. Revisé el cuarto cuidadosamente con los ojos. Lo busqué por todos los rincones. Intenté adivinarlo flotando en el aire. Pero se había escapado. Me sentí desnuda, por un momento. Pero después reí. ¿No era eso lo que había estado buscando? Reí salvajemente, sin control. Temblé, porque la risa desarmó mis huesos, sacudió todos mis músculos. Por un momento, sólo fui el eco de mi risa. Me deshice en ese sonido.

XII

Las estrellas se demoran cada vez más en el cielo. Las noches se hacen eternas. Duermo menos. El invierno ha echado su aliento gélido sobre mi ventana, y todo se ve borroso hacia fuera. Paso el día enredada en una sábana.

XIII

Tengo un sueño que vuelve a mí cada vez que cierro los ojos. Estoy recostada, con los brazos abiertos, en un campo enorme. Tan extenso que es difícil distinguir, de madrugada, dónde acaba la tierra y comienza el cielo. Un cielo azul, espolvoreado de estrellas que, cada vez que titilan, me envían un mensaje, un susurro, un guiño oculto, que sólo yo puedo decodificar. No hay nadie alrededor. Creo que podría tocar Venus si elevara mi brazo. Pero tengo miedo de que se deshaga al contacto con mis manos. Tengo miedo de desarmar el paisaje que, con tanto cuidado, estoy soñando. Entonces no hago nada. Sólo observo la maravilla del universo desenvolviéndose ante mis ojos. De algún modo, yo también estoy disuelta y reflejada en esa imagen. Ya no soy yo.

XIV

Dejo el plato de sopa vacío al otro lado de la puerta. Cierro. Me dejo caer sobre el futón. Y suspiro. Miro el cielo raso blanco. Intento adivinar el cielo verdadero, transparente, al otro lado. Sospecho que será más fácil si cierro los ojos.

XV

Hisa llega temprano. Y la puerta se abre antes de que pueda pulsar el botón del timbre. La hacen pasar. La mujer es muy amable, pero la tristeza la ha consumido. Hisa lo nota apenas la ve. Hisa sabe esas cosas en el instante fugaz en que los ojos se cruzan. Incluso antes. Sonríe y entra. Y es entonces que ve al hombre. Está sentado sobre el tatami, en el fondo de la sala. Mira hacia delante, casi sin parpadear. Tiene sombras en los ojos, y parece estar lejos, indiferente de esa visita. Pero Hisa sabe que él también está triste. De un modo distinto al de su esposa, pero triste.
La mujer toma el bolso de Hisa, y la invita a sentarse también sobre el tatami. Hisa asiente suavemente, y se sienta. Las pulseras tintinean al chocar unas contra otras. La mujer se sienta también, e Hisa espera que comiencen a hablar; ella o el hombre. Pero ambos la observan en silencio, e Hisa decide que no tiene sentido andar con rodeos. Habla de lo que ambos han callado durante tanto tiempo. Pone palabras a los sentimientos que ninguno se creía capaz de reconocer. Les pregunta si los datos que le han dado son correctos. Ellos asienten. Hisa menciona el número que ni el hombre ni la mujer quieren escuchar. El número que flotaba entre ellos, amenazante. Pero en sus labios suena tranquilizador. Un año... Ellos se entregan, no tienen más opción que confiar en esta joven calma y segura. Le señalan la puerta, casi sin mirarla.
Hisa busca el permiso en sus ojos. Ellos asienten, e Hisa se pone de pie y camina hacia el lugar que le han indicado. Se sienta, en el mismo espacio en que se sentó la mujer tantas tardes, la misma mujer que ahora la observa con velada ansiedad, y golpea suavemente, sobre la puerta de madera.


XVI

El primer golpe suena, y me despierta de mi sueño. Es un golpe fugaz en la puerta, no se repite, ninguna voz lo acompaña. Espero, en silencio, con los ojos cerrados. El aliento se suspende un instante, hasta que el golpe se repite. Un nuevo golpe, casi tan imperceptible como el anterior. Alguien está sentado al otro lado de la puerta, porque la luz del corredor no se filtra por debajo. Alguien quiere comunicarse conmigo. Alguien que anuncia que está ahí, esperando. No puedo, no pienso responder.
Vuelvo a cerrar los ojos. Y deseo con todas mis fuerzas que se vaya. Quien sea, que se vaya. Pero el golpe se repite. Esta vez es levemente más fuerte. El sonido retumba en mi habitación. Invade todas las moléculas del aire. Pugna por llegar hasta mí. Infiltrarse en mis oídos. Corromper mi sangre.
Me entierro aún más bajo las sábanas. Me alejo de la puerta. Cubro mi cabeza, busco un rincón en el lado opuesto del cuarto, y me refugio allí. Otro golpe más. El asedio no cesa. Tarareo una canción, para tapar el sonido. Pero lo escucho, de todos modos, lo escucho. Quiero que se vaya. Canto, canto, con una voz algo deshecha, quebrada. Los filamentos de sonido empujan la garganta, liberándose al espacio compacto entre la boca y la sábana.
De pronto, los golpes cesan. Y la luz vuelve a entrar por debajo de la puerta.

XVII

No entiendo qué es lo que sucede. No puede ser mi padre. A mi padre nunca le ha interesado comunicarse conmigo, ni siquiera cuando estaba fuera. Mi madre tampoco. No se atrevería. Mi madre sólo deja un plato de sopa al otro lado de la puerta. La sopa siempre tiene un sabor amargo, salado, triste.
No quiero saber quién es. Sólo quiero que no regrese.

XVIII

Ha regresado. Es una mujer. Y habla. Despacio. Tiene una voz sonriente, penetrante. Lo que dice se confunde con el sonido de mi llanto, de mi canción. Distingo un nombre, Hisa, que se repite continuamente. Pregunta algo. Habla de lugares, de fechas, de otra gente, de otros cuartos. Las palabras me suenan extrañas. Es una voz engañosa, seductora. No voy a entregarme. Puedo percibir la amenaza, clara como agua, detrás del tintineo amable de sus palabras. Quiere entrar. Está dispuesta a esperar, dice. Ya no la escucho.

XIX

Sueño, nuevamente, con mi cielo estrellado. La brisa, como siempre, agita el sembrado lejano. Como siempre, no hace frío ni calor. Venus brilla en la altura, eclipsando por momentos a los otros astros.
Pero hay algo diferente. No estoy sola esta vez. Hay alguien más en ese campo. Estoy inquieta y, por primera vez en mucho tiempo, me siento y miro alrededor. No distingo a nadie en la negrura de la noche. Hay un árbol, sin embargo, detrás de mí; a una corta distancia de donde estaba recostada. Me pongo de pie con dificultad, temblando. Una emoción desconocida me agita el corazón. No es miedo, es algo aún más profundo. Cuando estoy a centímetros de distancia, apoyo una mano sobre el árbol rugoso. Con cuidado, asomo los ojos al otro lado. Y soy yo. Y también soy ella. Soy yo, cuando vivía la vida que tenía que vivir, pero con la voz de ella, una voz cada vez más profunda, más gutural, más ruin. Me lanzo a correr. Cada vez más rápido. Sin más sentido que el de alejarme de mí, de ambas. Y el cielo comienza a desmoronarse. El cielo son paredes que se derrumban. Las estrellas se saltan de sus lugares. Yo corro, sin freno, sin mirar atrás, porque sé que aunque ella no me siga, finalmente va a alcanzarme. Que no tiene siquiera que hacer el esfuerzo. Que sus brazos inmensos quieren liberarme de las cadenas que ella misma ha creado. Y de pronto me detengo. Estoy llegando al límite. La pared ha caído, y, si sigo corriendo, voy a salir. Salir, a lo desconocido, a la luz cegadora del otro lado. Ella ya espera, sonriendo, allí. Doy la vuelta, comienzo a correr nuevamente. Pero ella está en todos lados. No hace nada, porque sabe que voy a acabar rindiéndome. Me siento en el suelo, con la cabeza pegada a las rodillas, cubriéndome la cabeza con los brazos.
Me despiertan los golpes en la puerta.

XX

Garabateo una nota rápida. La deslizo por debajo de la puerta.

XXI

Amenaza con suicidarse si ella no se va. Hisa dobla el papel con cuidado, y lo confina a las profundidades de su bolso. Hisa ya ha pasado por esto, muchas veces, de modo que no se alarma. Sabe lo que hay que hacer. Que haya enviado una señal, cualquier señal, es un avance. Volverá, dentro de un tiempo. En el momento indicado.

XXII

Hay silencio, ahora. Ella no ha regresado. Sin embargo, aún me cuesta olvidar lo sucedido. Mi sueño, lentamente, ha vuelto a ser lo que era. Pero hay una sombra extraña que no puedo explicar. Un presentimiento.
Mi madre ya no deja el plato de sopa delante de la puerta, de modo que no como. No va a tolerar la situación por mucho más tiempo. Sólo me queda esperar.

XXIII

Menú de hoy: sopa de miso con lágrimas saladas.

XXIV

Las noches cambian. El cielo que se ve desde mi ventana comienza a parecerse más al del sueño. Al que no se desploma. Es una pena que no se vea Venus desde aquí.

XXV

Hisa vuelve. Sabe que esta vez las cosas serán más difíciles. Debe ir con cautela. No mencionará el programa. No mencionará a los otros.
Se sienta junto a la puerta. Su voz ha cambiado. Dice que sabe que ella espera algo. Que ella quiere algo. Aún cuando aparentemente no haga nada para obtenerlo. Que sabe que ella no quiere morir. Que ese cuarto también es un medio, un modo distinto de hacer oír su voz. Que ella, ellos, comprenden. Y que alguna vez, alguna vez, y sólo si ella está de acuerdo, podrían charlar. Ella no le exige nada más. No le pide nada más. Se hará lo que ella quiera.

XXVI

No sé qué siento cuando la escucho nuevamente. Pienso en la nota. Un cosquilleo extraño me sube por la espalda. Me envuelvo sobre mí misma. Las palabras se deslizan por debajo de la puerta. No quiero moverme. Tengo temor de delatarme. Aguardo un instante. Ha dicho... ha dicho que se hará lo que yo quiera.


XXVII


Busco una forma de evadirme de todo. Ya ni siquiera aquí estoy segura. Vuelvo a mi sueño. Mi sueño, que no me traiciona.
Soy tan frágil que incluso el aire puede herirme. Este lugar se derrumba. Se pierde, como arena entre mis manos. Yo estoy obstinada en sostener las paredes. Y no tengo fuerzas para eso. Me pesan incluso las sombras. Me ciegan las luces.
Me recuesto durante las noches, contra la pared. Y lloro.

martes, 4 de agosto de 2009

Miscelánea

Bueno, última actualización - por ahora - sobre el proceso de escritura. Estos últimos días estuve un poco trabada porque había perdido la dirección. No sabía a dónde iba mi personaje, y por eso me costaba mucho continuar. Sabía que quería agregar un último personaje, la "hermana alquilada", pero no estaba segura de qué efecto iba a producir sobre el resultado final. Tenía un cierre en mente para el cuento, pero había algo que no me convencía del todo. Me parecía que con ese final, de alguna manera, iba a traicionar al personaje. Dos días después, y charlas con mi madre y Mr. Tutiempoeshoy de por medio, llegué a un punto intermedio que me gusta mucho más que el final que tenía en mente.
No había respondido tu mensaje antes, Claudia, porque todavía no sabía qué iba a hacer con el narrador en tercera persona. No se me había ocurrido intercalarlo varias veces en la historia, pero hice la prueba, y realmente me gustó, de modo que sí, estoy intercalando las dos voces.
Escribí bastante esta semana, y todavía quedan un par de días hasta el jueves, de modo que quizás lo termine y lo publique completo ese día. Ya se verá...
En cuanto a las "hermanas alquiladas", paso a explicar quiénes son, y qué rol juegan en la historia:
En general, el hecho de que haya un Hikikomori en la familia es un motivo de vergüenza para los padres, y muchas veces éstos ocultan durante mucho tiempo la situación real de sus hijos. La mayoría de los padres no piden ayuda a un especialista antes de que haya pasado al menos un año del encierro de sus hijos. Estos especialistas aconsejan a los padres dejar de pasar comida a sus hijos, y los refieren muchas veces a grupos como Nuevo Comienzo. Estos grupos envían a la casa del hikikomori una hermana alquilada - hay hombres también, pero en general son mujeres, porque los hikikomoris responden mejor a ellas -. Esta chica visita al hikomori regularmente, y le habla a través de la puerta. Le cuenta sobre el programa de Nuevo Comienzo, le hace preguntas sobre sus gustos y ambiciones. En resumen, juega el papel de una hermana que quiere ayudarlo a salir. Hay veces que el jóven no responde, y la hermana alquilada deja de ir, y después de un tiempo se envía a otra, o se cambian los métodos. Pero si el hikikomori responde, la hermana alquilada puede visitarlo por más de un añp. Cuando el jóven encerrado está listo para salir, la hermana alquilada lo acompaña a lugares como el cine, o un parque, para ayudarlo a "volver". Si el hikikomori siente que está listo para encontrarse con otra gente, la hermana alquilada lo lleva a la sede de la institución, donde el hikikomori puede conocer a otros chicos con historias como la suya, que ya se están reinsertando en la sociedad.
Ése es, básicamente, el trabajo de la hermana alquilada. Me pareció sumamente interesante. Leí testimonios de algunas de ellas, y me llamaron mucho la atención. Una, por ejemplo, comentaba que el chico que le había tocado no respondía a sus preguntas o comentarios, hasta que un día, le pasó un joystic a través de la puerta, y acercó el televisor para que ella pudiera jugar con él. Pero cuando intentó hablarle nuevamente, el muchacho le cerró la puerta en la cara otra vez. Un trabajo peculiar...
Me voy yendo. El jueves publico lo que tengo hecho. Siéntanse libres de dejar sus comentarios, señores.
Bel