viernes, 7 de agosto de 2009

Cuento parte tres

VIII

No, no, no, no, no, no quiero salir. No quiero pensarlo. No quiero que llores al otro lado de la puerta. No quiero que me preguntes si estoy bien. No quiero saber que estoy equivocada. No. No quiero saber que estoy perdiendo el tiempo. No quiero encontrarlos ahí, esperando. No quiero que sea una vergüenza. No quiero que inventen nada. No quiero que los demás no lo sepan. No quiero que se preocupen. No quiero intentarlo. No quiero la farmacia. No quiero que me cierren las puertas así, en la cara. No quiero saber quién es mejor. Ni quiero que me quieran. No, no quiero ser una más. No quiero que me ignoren. No quiero que me esperen. No quiero estar despierta. No quiero moverme. No quiero morir. No quiero comprensión. No quiero pena. No quiero que todavía no sea tarde. No quiero que me tiendan la mano, ahora. No quiero que se arrepientan. Quiero estar. Quiero desaparecer.

IX

El calor se ha ido despegando poco a poco de mi cuerpo, sin que me diera cuenta. Igual que el tiempo, que pasa, sin poder diferenciar ayer de hoy. Y yo, quieta. Quieta, entre envoltorios vacíos de comida. Aquí, donde me vuelvo ajena a mí misma. Aquí, donde no me gusta lo que veo cuando miro hacia fuera. Donde intento no mirar hacia dentro. Con el televisor encendido, igual que si estuviera apagado. Con los libros vueltos hacia arriba, mezclados. Con las paredes vacías.
Dibujo en ellas, con mis dedos, líneas imperfectas, torcidas, destinadas a desaparecer. Siempre se borran. Siempre vuelvo a dibujar.
Una capa de polvo se acumula sobre los objetos que me rodean. Quizás también sobre mí. Tengo la sensación de que ya no podría reconocer mi cara, si me enfrentara a un espejo.

X

Ellos no hacen nada. Esperan. Tienen miedo. Ella ya no llora. Tampoco siente nada. Cada tanto pueden oírse sus pasos acercarse o alejarse de la puerta. No sabe qué siente él, porque ya casi no hablan. Él, que nunca estaba, que no tiene razón para estar ahora.
Ella prepara las comidas, y limpia su hogar. Todos los cuartos, meticulosamente, menos uno. Cuando ha terminado, se sienta. De espaldas a la puerta, en silencio. Presiente a la otra, al otro lado; despierta, quizás, durmiendo, probablemente. Muchas veces ha pensado en pasar un mensaje bajo la puerta. Y se ha arrepentido. No sabe qué le diría. No sabe qué diría él si se enterara. No sabe cómo podría reaccionar ella. No sabe si la conoce lo suficiente. No sabe si la conoció en algún momento.
Sólo espera que, del lado opuesto de esa puerta de madera, que pareciera estar trabada desde siempre, la otra pueda sentir, de algún modo, lo que ella querría decirle y no se atreve. Que todavía le cuesta entender los porqués, y no sabe si alguna vez podrá entender. Pero está dispuesta a perdonar. O a pedir perdón. O lo que sea necesario.
En un susurro, se lo ha dicho. Pero él se niega a hablar del tema. Ella le menciona el tiempo. Los meses, que se acercan amenazadoramente a doce. Sabe que él no soporta que le digan eso. Porque no podrá seguir inventando excusas por tanto tiempo. Y ella se aventura un poco más. Le dice que ha estado averiguando, en secreto. Que pueden pasar años sin que nada se solucione. Que tienen que hacer algo. Él la congela con la mirada. Ella agacha la cabeza, los ojos secos. Mañana se sentará junto a la puerta.

XI

Hoy desperté, y mi nombre no estaba. Revisé el cuarto cuidadosamente con los ojos. Lo busqué por todos los rincones. Intenté adivinarlo flotando en el aire. Pero se había escapado. Me sentí desnuda, por un momento. Pero después reí. ¿No era eso lo que había estado buscando? Reí salvajemente, sin control. Temblé, porque la risa desarmó mis huesos, sacudió todos mis músculos. Por un momento, sólo fui el eco de mi risa. Me deshice en ese sonido.

XII

Las estrellas se demoran cada vez más en el cielo. Las noches se hacen eternas. Duermo menos. El invierno ha echado su aliento gélido sobre mi ventana, y todo se ve borroso hacia fuera. Paso el día enredada en una sábana.

XIII

Tengo un sueño que vuelve a mí cada vez que cierro los ojos. Estoy recostada, con los brazos abiertos, en un campo enorme. Tan extenso que es difícil distinguir, de madrugada, dónde acaba la tierra y comienza el cielo. Un cielo azul, espolvoreado de estrellas que, cada vez que titilan, me envían un mensaje, un susurro, un guiño oculto, que sólo yo puedo decodificar. No hay nadie alrededor. Creo que podría tocar Venus si elevara mi brazo. Pero tengo miedo de que se deshaga al contacto con mis manos. Tengo miedo de desarmar el paisaje que, con tanto cuidado, estoy soñando. Entonces no hago nada. Sólo observo la maravilla del universo desenvolviéndose ante mis ojos. De algún modo, yo también estoy disuelta y reflejada en esa imagen. Ya no soy yo.

XIV

Dejo el plato de sopa vacío al otro lado de la puerta. Cierro. Me dejo caer sobre el futón. Y suspiro. Miro el cielo raso blanco. Intento adivinar el cielo verdadero, transparente, al otro lado. Sospecho que será más fácil si cierro los ojos.

XV

Hisa llega temprano. Y la puerta se abre antes de que pueda pulsar el botón del timbre. La hacen pasar. La mujer es muy amable, pero la tristeza la ha consumido. Hisa lo nota apenas la ve. Hisa sabe esas cosas en el instante fugaz en que los ojos se cruzan. Incluso antes. Sonríe y entra. Y es entonces que ve al hombre. Está sentado sobre el tatami, en el fondo de la sala. Mira hacia delante, casi sin parpadear. Tiene sombras en los ojos, y parece estar lejos, indiferente de esa visita. Pero Hisa sabe que él también está triste. De un modo distinto al de su esposa, pero triste.
La mujer toma el bolso de Hisa, y la invita a sentarse también sobre el tatami. Hisa asiente suavemente, y se sienta. Las pulseras tintinean al chocar unas contra otras. La mujer se sienta también, e Hisa espera que comiencen a hablar; ella o el hombre. Pero ambos la observan en silencio, e Hisa decide que no tiene sentido andar con rodeos. Habla de lo que ambos han callado durante tanto tiempo. Pone palabras a los sentimientos que ninguno se creía capaz de reconocer. Les pregunta si los datos que le han dado son correctos. Ellos asienten. Hisa menciona el número que ni el hombre ni la mujer quieren escuchar. El número que flotaba entre ellos, amenazante. Pero en sus labios suena tranquilizador. Un año... Ellos se entregan, no tienen más opción que confiar en esta joven calma y segura. Le señalan la puerta, casi sin mirarla.
Hisa busca el permiso en sus ojos. Ellos asienten, e Hisa se pone de pie y camina hacia el lugar que le han indicado. Se sienta, en el mismo espacio en que se sentó la mujer tantas tardes, la misma mujer que ahora la observa con velada ansiedad, y golpea suavemente, sobre la puerta de madera.


XVI

El primer golpe suena, y me despierta de mi sueño. Es un golpe fugaz en la puerta, no se repite, ninguna voz lo acompaña. Espero, en silencio, con los ojos cerrados. El aliento se suspende un instante, hasta que el golpe se repite. Un nuevo golpe, casi tan imperceptible como el anterior. Alguien está sentado al otro lado de la puerta, porque la luz del corredor no se filtra por debajo. Alguien quiere comunicarse conmigo. Alguien que anuncia que está ahí, esperando. No puedo, no pienso responder.
Vuelvo a cerrar los ojos. Y deseo con todas mis fuerzas que se vaya. Quien sea, que se vaya. Pero el golpe se repite. Esta vez es levemente más fuerte. El sonido retumba en mi habitación. Invade todas las moléculas del aire. Pugna por llegar hasta mí. Infiltrarse en mis oídos. Corromper mi sangre.
Me entierro aún más bajo las sábanas. Me alejo de la puerta. Cubro mi cabeza, busco un rincón en el lado opuesto del cuarto, y me refugio allí. Otro golpe más. El asedio no cesa. Tarareo una canción, para tapar el sonido. Pero lo escucho, de todos modos, lo escucho. Quiero que se vaya. Canto, canto, con una voz algo deshecha, quebrada. Los filamentos de sonido empujan la garganta, liberándose al espacio compacto entre la boca y la sábana.
De pronto, los golpes cesan. Y la luz vuelve a entrar por debajo de la puerta.

XVII

No entiendo qué es lo que sucede. No puede ser mi padre. A mi padre nunca le ha interesado comunicarse conmigo, ni siquiera cuando estaba fuera. Mi madre tampoco. No se atrevería. Mi madre sólo deja un plato de sopa al otro lado de la puerta. La sopa siempre tiene un sabor amargo, salado, triste.
No quiero saber quién es. Sólo quiero que no regrese.

XVIII

Ha regresado. Es una mujer. Y habla. Despacio. Tiene una voz sonriente, penetrante. Lo que dice se confunde con el sonido de mi llanto, de mi canción. Distingo un nombre, Hisa, que se repite continuamente. Pregunta algo. Habla de lugares, de fechas, de otra gente, de otros cuartos. Las palabras me suenan extrañas. Es una voz engañosa, seductora. No voy a entregarme. Puedo percibir la amenaza, clara como agua, detrás del tintineo amable de sus palabras. Quiere entrar. Está dispuesta a esperar, dice. Ya no la escucho.

XIX

Sueño, nuevamente, con mi cielo estrellado. La brisa, como siempre, agita el sembrado lejano. Como siempre, no hace frío ni calor. Venus brilla en la altura, eclipsando por momentos a los otros astros.
Pero hay algo diferente. No estoy sola esta vez. Hay alguien más en ese campo. Estoy inquieta y, por primera vez en mucho tiempo, me siento y miro alrededor. No distingo a nadie en la negrura de la noche. Hay un árbol, sin embargo, detrás de mí; a una corta distancia de donde estaba recostada. Me pongo de pie con dificultad, temblando. Una emoción desconocida me agita el corazón. No es miedo, es algo aún más profundo. Cuando estoy a centímetros de distancia, apoyo una mano sobre el árbol rugoso. Con cuidado, asomo los ojos al otro lado. Y soy yo. Y también soy ella. Soy yo, cuando vivía la vida que tenía que vivir, pero con la voz de ella, una voz cada vez más profunda, más gutural, más ruin. Me lanzo a correr. Cada vez más rápido. Sin más sentido que el de alejarme de mí, de ambas. Y el cielo comienza a desmoronarse. El cielo son paredes que se derrumban. Las estrellas se saltan de sus lugares. Yo corro, sin freno, sin mirar atrás, porque sé que aunque ella no me siga, finalmente va a alcanzarme. Que no tiene siquiera que hacer el esfuerzo. Que sus brazos inmensos quieren liberarme de las cadenas que ella misma ha creado. Y de pronto me detengo. Estoy llegando al límite. La pared ha caído, y, si sigo corriendo, voy a salir. Salir, a lo desconocido, a la luz cegadora del otro lado. Ella ya espera, sonriendo, allí. Doy la vuelta, comienzo a correr nuevamente. Pero ella está en todos lados. No hace nada, porque sabe que voy a acabar rindiéndome. Me siento en el suelo, con la cabeza pegada a las rodillas, cubriéndome la cabeza con los brazos.
Me despiertan los golpes en la puerta.

XX

Garabateo una nota rápida. La deslizo por debajo de la puerta.

XXI

Amenaza con suicidarse si ella no se va. Hisa dobla el papel con cuidado, y lo confina a las profundidades de su bolso. Hisa ya ha pasado por esto, muchas veces, de modo que no se alarma. Sabe lo que hay que hacer. Que haya enviado una señal, cualquier señal, es un avance. Volverá, dentro de un tiempo. En el momento indicado.

XXII

Hay silencio, ahora. Ella no ha regresado. Sin embargo, aún me cuesta olvidar lo sucedido. Mi sueño, lentamente, ha vuelto a ser lo que era. Pero hay una sombra extraña que no puedo explicar. Un presentimiento.
Mi madre ya no deja el plato de sopa delante de la puerta, de modo que no como. No va a tolerar la situación por mucho más tiempo. Sólo me queda esperar.

XXIII

Menú de hoy: sopa de miso con lágrimas saladas.

XXIV

Las noches cambian. El cielo que se ve desde mi ventana comienza a parecerse más al del sueño. Al que no se desploma. Es una pena que no se vea Venus desde aquí.

XXV

Hisa vuelve. Sabe que esta vez las cosas serán más difíciles. Debe ir con cautela. No mencionará el programa. No mencionará a los otros.
Se sienta junto a la puerta. Su voz ha cambiado. Dice que sabe que ella espera algo. Que ella quiere algo. Aún cuando aparentemente no haga nada para obtenerlo. Que sabe que ella no quiere morir. Que ese cuarto también es un medio, un modo distinto de hacer oír su voz. Que ella, ellos, comprenden. Y que alguna vez, alguna vez, y sólo si ella está de acuerdo, podrían charlar. Ella no le exige nada más. No le pide nada más. Se hará lo que ella quiera.

XXVI

No sé qué siento cuando la escucho nuevamente. Pienso en la nota. Un cosquilleo extraño me sube por la espalda. Me envuelvo sobre mí misma. Las palabras se deslizan por debajo de la puerta. No quiero moverme. Tengo temor de delatarme. Aguardo un instante. Ha dicho... ha dicho que se hará lo que yo quiera.


XXVII


Busco una forma de evadirme de todo. Ya ni siquiera aquí estoy segura. Vuelvo a mi sueño. Mi sueño, que no me traiciona.
Soy tan frágil que incluso el aire puede herirme. Este lugar se derrumba. Se pierde, como arena entre mis manos. Yo estoy obstinada en sostener las paredes. Y no tengo fuerzas para eso. Me pesan incluso las sombras. Me ciegan las luces.
Me recuesto durante las noches, contra la pared. Y lloro.

5 comentarios:

  1. Muy bueno!
    Espero ansioso el final.
    Saludos

    ResponderEliminar
  2. excelente tu movimiento de focalización, Belén, de la joven encerrada a los padres, a la mujer que viene desde afuera, a la chica otra vez (ella finalmente nos/me deja mudos...y tensos..., tragamos saliva)

    algo de Godot hay flotando aquí, no, Emilia?

    ResponderEliminar
  3. Hay algo, sin duda. Me gusta mucho, Belén. Y la encuentro muy oriental, si es que vale el adjetivo, hay algo de esa forma de vincularse con los demás, con el mundo, que nos es tan ajena. Creo que la clave está en el silencio y en otro manejo del tiempo,otros ritmos; en sociedades como las nuestras esas pausas no tienen el mismo lugar, no encuentran un espacio. Sobre todo, incomodan -Godot también, claro-, nos fuerzan a introducir el ruido de alguna manera: un comentario, una risa nerviosa.

    Silencio, pausas que además se articulan tan bien con el estilo de escritura que tenés, esa mezla de misterio, melancolía.

    Me hace acordar a las películas de Kim-Ki-duk, seguramente por esos silencios con que el director se encuentra tan cómodo y que logra manejar tan bien (Hierro 3; Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera; Tiempo; El arco; viste alguna?). Te recomiendo Hierro 3 especialmente, ahora en cines están dando Soom, pero todavía no la vi y no tiene muy buena crítica.

    Como ves, me dejaste pensando. Quedo a la espera del final.
    Saludos!

    ResponderEliminar
  4. Gracias por los comentarios. Estaba en una máquina que no tenía JavaScript y no me dejaba comentar. ;:(
    Agradezco la expectativa, mañana publicaré el final...

    No vi las pelis de Kim-Ki-duk... escuché hablar de Primavera... Apenas pueda las consigo.
    Bel

    ResponderEliminar
  5. Brillante, no me sorprende porque te conozco mucho, sin embargo estoy contento con lo que acabo de leer por varias razones:
    1) Escribiste de tal manera que facilita y agiliza mucho la lectura, lo cual hace, particularmente hablando, que me pueda focalizar mas en muchos aspectos al mismo tiempo
    2) Siento que muchas de las cosas que le pasan a tu personaje las pudiste escribir desde una vision tuya muy particular, ya que muchas veces quisite tratar el tema del encierro
    3) La llegada de Hisa le da un viraje trascendental y muy productivo al relato, ademas de que empezas a narrar muy bien en diferentes tipos de narrador

    Espero (esperamos) ansioso el final

    ResponderEliminar