sábado, 12 de septiembre de 2009

Primer parcial de taller

Esta escena es una muestra característica en muchos aspectos del texto de Mansilla Una excursión a los indios ranqueles. La excursión en cuestión fue encargada a su autor en el marco de las negociaciones que mantuvo el gobierno de D. F. Sarmiento previo a lo que luego fue la “conquista del desierto”. La sociedad de la época era vista a través de una escisión entre los “civilizados” y los “bárbaros” o “salvajes”. Mansilla pertenecía a la “civilización”, habiéndose educado en el exterior, en contacto con las élites europeas, y emparentado con Juan Manuel de Rosas. Sin embargo, a pesar de formar parte de ese “nosotros” privilegiado, Mansilla tenía una mirada muy crítica hacia su propia sociedad y el modo en que se veía al otro.

Esta anécdota, justamente, toma sentido en el marco de su crítica a la mirada que los poderosos tenían sobre los indígenas; y de la “desmitificación” que lleva a cabo en el texto de ciertos aspectos de la vida de los nativos que hacían que se los considerara “bárbaros” e inferiores. Aquí, como en varios otros fragmentos, Mansilla llama la atención sobre la hipocresía de la civilización en cuanto a sus propios valores y al modo de juzgar y clasificar a quienes son diferentes. El autor aboga en pos de la igualdad – “ (...) como si todos no derivásemos de un tronco común, como si la “planta hombre” no fuese única en su especie (...)” – y de la toma de conciencia sobre los cánones éticos y morales de su “nosotros”. También hace alusión a los progresos técnicos de su época (nótese que menciona el vuelo como una posibilidad cercana) que, sin embargo, no podrán penetrar la esencia del hombre.

En esa misma línea es válido prestar atención a la construcción que realiza Mansilla del Otro, en este caso, Ramón. En la circunstancia de la preparación de un viaje (una partida, un regreso), Ramón se muestra solícito con el viajero, preocupándose por su bienestar más que el mismísimo Mariano Rosas, el cacique “civilizado”, que supuestamente ha recibido una educación superior que el cacique Ramón.

Luego de aclarar que “ (...) en una tierra donde los alimentos no se compran; donde el que tiene necesidad pide con vuelta.”, Mansilla muestra cómo, tras discutir sus necesidades con Ramón, éste le solicita los utensilios que necesitará para la platería y que el autor puede proveerle. Sin embargo, durante el diálogo que ambos mantienen a este efecto, se produce un malentendido: Ramón pide a Mansilla “Atíncar”. Mansilla primero piensa que ésta es una palabra araucana, pero cuando el cacique insiste en que no lo es, el autor no tarda en tacharlo de ignorante y bárbaro. Sin embargo, cuando regresa a Río Cuarto y comprueba que era Ramón quien llevaba la razón, lamenta lo sucedido, desencadenando una reflexión que tiene mucho de antropológica – no se debe olvidar que en esa época, el modelo de construcción del otro era la Diferencia, que clasificaba a las culturas como Civilizadas, Bárbaras o Salvajes de acuerdo al grado de progreso, evolución y adquisiciones culturales que éstas poseyeran -.

Aunque sabemos que este texto fue publicado en forma epistolar, dirigida a Santiago Arcos, este fragmento en particular no lo aclara, y se deduce de él que está dirigido al “nosotros” que integra el autor; los hombres civilizados de la metrópoli, prejuiciosos y obsesionados con el progreso técnico. Intenta desmitificar la versión que éstos tienen sobre los indios, considerados inferiores e indignos de ser “incluidos”. Para eso, enfrenta al destinatario con los hechos, y su equivocación (la del autor) pasa a ser la equivocación de todos los que son “como él”.

Con este objetivo, Mansilla – como autor y también como narrador – se presenta a sí mismo como parte del entorno social del futuro lector, para hacerlo experimentar más fuertemente esa alteridad, que él no considera Diferente sino diversa. Aún sin ser “oficialmente” un etnólogo, Mansilla construye un tipo de autoridad etnográfica relacionada con el hecho de que él – como dice Geertz – “estuvo ahí”, y experimentó con sus propios sentidos y su percepción a los indígenas. Cuando relata sus costumbres es meramente descriptivo, evitando los juicios de valor que sí emite sobre su propia sociedad. Por partes utiliza un lenguaje más “crudo”, con modismos del dialecto indígena, pero cuando reflexiona sobre la civilización, entremezcla frases en francés, inglés y latín. En este fragmento del texto en especial, la principal herramienta que utiliza para afirmar su autoridad es la reproducción del diálogo.

Reproducir un diálogo de forma tan minuciosa es una prueba innegable de que el autor – etnógrafo “estuvo allí”. Además, aprovecha la anécdota para nombrar varias otras que avalan su experiencia en el mismo sentido “ (...) de las humillaciones que acababa de recibir, de mi humillación en presencia del fuelle, de mi humillación ante doña Fermina (...) ”.

El modo de intentar convencer al lector de que, de haber estado en su lugar hubiera experimentado lo mismo y llegado a las mismas conclusiones tiene que ver con varios recursos, a saber: como ya he mencionado, el diálogo, la prueba “científica” que provee el diccionario y; sobre todo, la presentación de sus reflexiones como una subjetividad objetivada. Esto quiere decir que, aunque el autor es quien reflexiona – de este modo la conclusión es subjetiva -, no se presenta como un individuo (“creo que”, “me parece”, “opino”) sino como parte de la conciencia del lector, como integrante de su grupo, presentando sus razonamientos como hechos, como realidades absolutas.

Finalmente, en relación con la observación de Geertz sobre B. Malinowski, puede decirse que la observación hecha a este autor también es válida para Mansilla. A lo largo de Excursión..., este autor utiliza lo que ve como desencadenante de un extrañamiento hacia su propia cotidianeidad y sus propias costumbres. Esto se pone de manifiesto en la conclusión de este fragmento, al decir “ (...) somos muy altaneros, que vivimos en la ignorancia, de una vanidad descomunal, irritante, que ha penetrado en la oscuridad nebulosa de los cielos con el telescopio (...) ”. Mansilla es un etnógrafo muy particular, que no cede ante el temor, mencionado por Geertz, de los antropólogos de “caer” en la narrativa literaria y por eso desprestigiar sus conclusiones o restarles credibilidad. Su viaje hacia los Ranqueles es también un viaje de descubrimiento interior, de autoconocimiento, de cuestionamientos filosos a su sociedad. Como ejemplo, es posible citar parte del capítulo X, donde afirma “Es indudable que la civilización tiene sus ventajas sobre la barbarie; pero no tantas como aseguran los que se dicen civilizados. La civilización consiste (...) en varias cosas.”. Tras eso, procede a una enumeración de los aspectos que él cree constitutivos de la civilización, y se cuestiona muchos de ellos. Lo mismo sucede en el fragmento referito a la felicidad y los derechos de los hombres “Sí, yo tengo derecho a ser feliz, como tengo derecho a ser libre”.

En resumen; en este texto, Mansilla pone de manifiesto los errores de juicio de los suyos, sin apartarse nunca, sin embargo, de sus clasificaciones, pero utilizándolas de modo dialéctico, para negar los que éstas implican. Reclama una mirada más justa sobre el indio, y al mismo tiempo construye un relato que es, indudablemente, atrapante.


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